Acerca
del cuerpo y la discapacidad: hacia una psicología que trasciende la etiqueta,
cuestiona el rótulo y restituye la dignidad del sujeto.
Existen variadas consideraciones
sociales acerca de la labor que habitualmente los psicólogos realizamos en el
contexto clínico. Desde un punto de vista, somos un bien necesario. Para otros,
fundamentales, pues apoyamos en procesos de dolor y sufrimiento a otros. Para
algunos, no servimos de nada, e incluso somos mero accesorio respecto al
médico. Para aquellos, somos alguien(es) que se pueden instrumentalizar para
lograr cosas concretas.
Por cierto, un psicólogo
puede desarrollar una labor normalizante, adaptando sujetos al status quo, a los
patrones convencionales en todo orden. O
bien, decidir realizar un trabajo clínico sistemáticamente crítico, que analiza
las praxis involucradas, y que apuesta por el óptimo desarrollo del sujeto,
aunque ello implique que éste subvierta determinadas lógicas sociales
establecidas como ciertas. En tal sentido, me parece que es crucial que
reflexionemos acerca de aspectos esenciales de nuestro quehacer. En el contexto
de la investigación, había tensionado mi lugar como indagadora, y mi
inscripción social y disciplinar al ejercer tal función. No obstante, poco se
cuestiona otros aspectos del quehacer del psicólogo, especialmente el clínico.
De acuerdo a lo anterior, el
objetivo de esta ponencia es discutir la noción de diagnóstico, poniendo en
tensión el proceso que implica, para así evidenciar los efectos que
eventualmente puede tener. Lo anterior es extraordinariamente relevante, pues el
conocimiento es poder, y la palabra de un profesional de la salud puede cambiar
de un modo radical el curso de vida de una persona. Por esto, es fundamental no
considerar obvio qué palabras usamos, o cómo concebimos a quien acude a
consulta, ni qué etiqueta clínica portará esa persona. Esto, especialmente, si
se trata de infantes y adolescentes que presentan dificultades en el ámbito
neurológico, o neuropsicológico. Y un rótulo otorgado por un especialista en
salud mental incide notoriamente en el devenir de cada paciente.
Al abordar el tema a tratar
aquí es crucial tener en cuenta que nuestra sociedad plantea desafíos y
demandas, y que el contexto escolar y laboral son espacios de validación social
relevantes, que pueden consolidar una autoestima sólida, o bien, traer consigo
una merma significativa en el auto-concepto. Por ello, las consideraciones
éticas en torno al proceso de diagnóstico es fundamental comentarlas con
profesionales de otras disciplinas, y que no estén sólo presentes en espacios
disciplinares propios.
La construcción de nuestro
“Yo” está mediada por nuestras interacciones sociales, y el desarrollo del ser
humano es interdependiente con las experiencias vitales que cada sujeto tuvo. Por
ende, de qué modo el psicólogo comprende el Yo, y la estabilidad, e
impermanencia de éste, es relevante, pues ello modifica el modo en que se
realiza la clínica y qué intervenciones efectúa. Asimismo, es esencial advertir
que la forma en que el psicólogo se relaciona con la construcción de la
identidad de los sujetos, y cómo concibe que dicho proceso se experimenta, va a
determinar variados aspectos de su quehacer.
Acá se dimensiona el
ejercicio terapéutico como un espacio relacional performativo, en el cual se
construye significados acerca de cada sujeto que acude a consulta, y en el cual
se valida o resta legitimidad a la experiencia de la persona involucrada. Así,
¿de qué modo podemos trascender las etiquetas, cuestionar los rótulos, y
restituir la dignidad a los sujetos que acompañamos cuando desarrollamos labor
clínica?.